Los católicos del mundo entero estuvimos la semana pasada muy atentos a cuanto acontecía en el Vaticano, en el cónclave que reunió a los 133 cardenales menores de 80 años, de los 252 con los que cuenta el Colegio Cardenalicio. Como ya es tradicional, fueron necesarias varias votaciones para lograr la elección del nuevo Sumo Pontífice. En este caso concreto ha sido en la cuarta votación, segundo día del conclave, a las 18:07 horas de la tarde del jueves 8 de mayo, cuando asomó firme la fumata blanca por la chimenea de la Capilla Sixtina, anunciando al mundo la elección del 267º Papa de la Iglesia Católica. Poco más de una hora más tarde, el protodiacono Dominique Mamberti pronunció el “Habemus Papam”, tras el cual se reveló que el nuevo Papa iba a ser el estadounidense Robert Francis Prevost que adoptó el nombre Papal de León XIV.

Desde ese histórico momento todos aquellos católicos españoles que estamos seriamente preocupados ante las maniobras del Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez respecto a sus planes de destrucción, que no “resignificación”, del Valle de los Caídos, comenzamos a procesar las informaciones, no todas serias, acerca del pasado proceder del Cardenal Prevost en materias sensibles de las que ahora es la nueva máxima autoridad vaticana.

Pronto se han conocido algunos detalles, esperanzadores para algunos y dignos de ser tomados con prudencia por todos. Me refiero en primer lugar a la Cruz pectoral que el nuevo Sumo Pontífice portaba ya como tal en su primera aparición pública en el balcón de la Plaza de San Pedro. Esta Cruz, regalo del superior de la orden de los Agustinos el 30 de septiembre de 2023, día de su nombramiento como Cardenal, porta las reliquias de cinco mártires agustinos, entre ellos las de Monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel, mártir de la persecución religiosa en España entre 1936 (y antes) y 1939. Monseñor Polanco fue martirizado y asesinado pocos meses antes del fin de la Cruzada por quienes odiaban -como hoy- la Cruz.

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La Cruz pectoral que el nuevo Sumo Pontífice portaba ya como tal en su primera aparición pública en el balcón de la Plaza de San Pedro (Foto izquierda Vatican Va)

Casi de modo simultáneo tuvimos conocimiento que el nuevo Papa estuvo en el Valle de los Caídos en 2003, entonces como prior General de los Agustinos en el encuentro general de jóvenes agustinianos celebrado ese año en tierras españolas.

Acojamos con prudencia ambas noticias que no son garantía de nada, pero que indudablemente es mejor tenerlas que no tenerlas.

Ocurre que los que nos consideramos concernidos, de modo personal y prioritario en la defensa del Valle de los Caídos, sobre todo aquellos que llevamos mucho tiempo inmersos en una investigación que pretendemos sea seria y rigurosa de cómo se llevó a cabo la construcción del Valle y profundizando en el tema de los traslados de restos de caídos y represaliados en la retaguardia roja al Valle de los Caídos, tenemos conocimiento de la presencia en los osarios del Valle de los restos de 119 mártires, víctimas de la misma persecución religiosa que acabó con los días del Obispo agustino Anselmo Polanco.

De entre estos 119 mártires, entre Beatos y Siervos de Dios, cuyos restos se custodian en la Basílica del Valle, hay dos con otro nexo común más allá del martirio y asesinato con el Obispo de Teruel. Me refiero a los beatos mártires Jacinto Martínez Ayuela y Nicolás de Mier Francisco, ambos también agustinos.

JACINTO MARTÍNEZ AYUELA
Hijo de Dámaso y Teresa, nació el 3 de julio del año 1882 en Celadilla del Rio, provincia de Palencia y diócesis, entonces, de León. Con quince años ingresó en el convento de Valladolid vistiendo el hábito agustino el día 5 de agosto del año 1897.

Francisco

Transcurrido el tiempo de noviciado, profesó de votos temporales el 3 de noviembre de 1898, siendo rector del real Colegio el P. Martín Hernández. Estudiada la filosofía, un trienio después emitió la profesión solemne el 9 de noviembre de 1901. En 1902 pasó luego al monasterio de Santa María de la Vid (Burgos) en donde estudió la teología, recibiendo la orden del presbiterado el 13 de agosto del 1913.

Al estallar la contienda nacional y la persecución religiosa, el Siervo de Dios acababa de llegar a la patria. Iba a celebrarse en fechas muy próximas, concretamente el 23 de julio, el capítulo provincial en la ciudad de Salamanca. Y para ocupar un poco ese intervalo de tiempo quiso regresar por unos días al siempre recordado y añorado seminario de Uclés. Precisamente aquí le sorprendió la revuelta. No fue detenido el 27, pero sí se vio obligado a abandonar, por indicación de las autoridades locales, el pueblo y en la noche del 27 al 28 en compañía del P. Emiliano López, emprendió el camino de Paredes para dirigirse a Cuenca en tren. Nada más arrancar este medio de locomoción fueron ambos detenidos por los milicianos por considerar incompleta la documentación que llevaban e ingresaron en la prisión de la ciudad de Cuenca. No iban a estar solos. Allí se encontraron con otros dos compañeros del monasterio: Fray Ginés, y el P. José Galende. Un día más tarde se les uniría el P. Nicolás de Mier.

En la cárcel dio ejemplo maravilloso de comportamiento cristiano, animando, confesando, rezando y conversando con los detenidos hasta que el día 21 de septiembre fue sacado de la prisión juntamente con el P. Nicolás de Mier, un dominico de Ocaña y el párroco de Mota del Cuervo y asesinado, por ser sacerdote y religioso. 

El martirio tuvo lugar junto a las tapias del cementerio de la ciudad.

NICOLÁS DE MIER FRANCISCO
Nació en Redondo, provincia de Palencia, el 4 de diciembre de 1903. Profesó en los Agustinos en 1920 y recibió la ordenación sacerdotal en 1927. Estuvo en su colegio de Ceuta y después en el colegio seminario de Uclés como profesor y formador de las aspirantes al noviciado. Sus únicos destinos fueron Ceuta y Uclés. Cerrado el convento el 24 de julio de 1936, después de que el padre Nicolás con grave riesgo se dirigiera a la parroquia para consumir el Santísimo porque el párroco había sido asesinado el día anterior, se dirigió a Cuenca junto al Beato Jacinto Martínez Ayuela.

Fueron apresados en el tren y llevados a la cárcel de la ciudad. Allí estuvieron, rezando y conversando con los detenidos, hasta el que el 21 de septiembre los fusilaron junto al cementerio.

Francisco

Estamos seguros de que a S.S. León XIV este tema ni le es desconocido ni seguramente le es indiferente.

 

Del total de 498 mártires españoles beatificados en octubre de 2007 por SS., Benedicto XVI, 98 de ellos fueron agustinos víctimas del terror rojo, de los cuales 63 fueron asesinados en Paracuellos del Jarama. Los otros, en los lugares de sus residencias o proximidades: Leganés, Madrid, Gijón, Santander, Fuente La Higuera-Caudete, Uclés (los dos que se encuentran en el Valle) y Málaga.

Esperamos del nuevo Pontífice la valentía que es más que evidente que le ha faltado a los Obispos españoles, que presumiblemente han pactado la destrucción de la Basílica Pontificia del Valle de los Caídos, cuestión que, si Su Santidad no lo remedia, llevaría implícita la profanación de las reliquias de los mártires cuyos restos allí se custodian y veneran y de todos aquellos caídos que en esos osarios se encuentran hermanados bajo los brazos pacificadores de la Cruz más grande de la Cristiandad.

 

Pablo Linares Clemente

Presidente Asociación Para la Defensa del Valle de los Caídos